Friends
Del mismo modo que no me engancho a los escaparates, soy dura de pelar con las series. Se me tiene que convencer de que realmente merecen la pena, o yo no me sentaré jamás a ver una. Sí: en este sentido, soy por completo influenciable. Después llega mi juicio implacable.
(Por ejemplo, jamás entenderé a quienes ven CSI. Aunque comprendo con la cabeza lo entretenido que es, siento una repulsión insuperable. Filosófica. Ya sé, ya sé, me lo dicen todos los fans. Pero a mí me convence Hamlet: "¡Ay, pobre Yorick! Yo le conocía, Horacio: tenía un humor incansable, una agudeza asombrosa. Me llevó a cuestas mil veces. Y ahora, ¡cómo me repugna imaginarlo! Me revuelve el estómago. Aquí colgaban los labios que besé infinitas veces. Y ahora, ¿dónde están tus pullas, tus brincos, tus canciones, esas ocurrencias que hacían estallar de risa a toda la mesa? ¿Ya no tienes quien se ría de tus muecas? ¿Estás encogido? Vete a la estancia de tu señora y dile que, por más que se embadurne, acabará con esta cara. Hazla reír con esto". Además, una vez me desmayé porque una amiga médico tenía SOBRE SU ORDENADOR el cráneo de un muerto. Y aun ella, sin comprender, me repetía que estaba perfectamente limpio y pulido. En cuanto me enteré de que era mujer, caí al suelo redonda).
Bueno, pero yo he venido aquí por Friends. Empecé a verlo porque viví con una gran chica que hacía una tesis doctoral (ay) sobre esta serie. Y me enganché. Mucho.
J. y M. me han regalado la quinta temporada. Ayer fue un día malo y, qué queréis -improbables lectores-, me reí y reí. Raymond Carver sostiene en un cuento que es mucho mejor ser pastelero que florista, y yo lo creo. Pero lo mejor es ser comediante.
(Las fotos que Google proporciona de Friends son horribles, así que he elegido esta de mi segundo presidente favorito, Abe Lincoln. Me ha gustado porque sale dos veces, con y sin barba. En la de sin barba, parece que tiene su casita de Illinois detrás, cosa que me enternece. Cosas mías).
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